sábado, 8 de diciembre de 2012

Islas a la deriva, E. Hemingway

Efímera felicidad, dolorosa pérdida, eterna soledad. Incontrolable memoria.

La bebida riega las tres partes de esta novela publicada nueve años después de la muerte del que, sin duda, es uno de los mejores escritores de la historia. En ella, se relata la vida Thomas Hudson un artista cuya sensibilidad oscurece sus días, incluso los de máximo placer. La consciencia del final y la terrible pérdida lo convierten en un hombre condenadamente fuerte y desdichado a un tiempo.

Presentado en un período de su vida marcado por la bonanza gracias a su arte, vive en la abundancia. El trabajo es para él una forma de hacer la vida más liviana. Su interior es una lucha, lucha que aflora en la mayor parte de las páginas de este libro.

Y tú, ¿cuántas veces has decidido volver a empezar?

"Iba pues, a empezar de nuevo, pensó Thomas Hudson. ¿En qué pararía todo aquello? ¿Cómo podía pensar que malgastando su talento y escribiendo de encargo para ganar dinero podía prepararse para escribir bien y honradamente? Todo cuanto hace un pintor o escribe un escritor no es más que una parte de su adiestramiento y una preparación para su obra futura. Roger había tirado y malgastado su talento, pero tal vez tuviese suficiente fuerza animal y bastante independencia de juicio para volver a empezar. Todo escritor que valga puede escribir una buena novela siempre que sea sincero consigo mismo, pensó Thomas Hudson. Pero todo el tiempo que Roger debió emplear en el aprendizaje, solo malgastó su talento, y ¿cómo saber si ese talento existía aún? Sin hablar del oficio. ¿Cómo creer que el oficio es algo que puede ser despreciado y olvidado? Por mucho orgullo que se tenga, si se desprecia el oficio, ¿cómo esperar que siga estando al servicio de tus manos y de tu cerebro cuando llega el momento de necesitarlo?, pensó Thomas Hudson. Por eso no hay sustituto para el oficio ni tampoco lo hay para el talento, ni se puede conservar en un cáliz. El talento está en uno mismo, en el corazón, en la cabeza, en cada partícula del ser. Y la artesanía también, pensó después; no es solo un conjunto de herramientas que hay que aprender a manejar."

Thomas Hudson es una persona adorablemente egoísta. Siempre me he sentido un tanto atraída hacia personas egocéntricas. Me fascina y suscita una curiosidad culpable la anestesia en la sensibilidad sobre lo que concierne al entorno. La introversión y la extroversión son compatibles en estos seres, carismáticos por esa característica tan propicia a la "ajenidad".

"Aquella era la parte de la carretera que no le gustaba del camino del pueblo. Era en realidad la parte para la cual se llevaba a la bebida. Bebo para defenderme de la miseria, pensó, de la suciedad, del polvo de cuatrocientos años, de los mocos, de la palmeras rotas, de los tejados de latón, de la sífilis sin medicar, de las cloacas que desembocan en los lechos de los arroyos, de los piojos en los cuellos pelados de los pollos enfermos, de las costras en las nucas de los viejos, del hedor que despiden las viejas y de las radios a todo volumen. Sé que hago mal. Que debería enfrentarme a todo ello y hacer algo. En cambio tengo mi bebida conmigo, del mismo modo que antaño se llevaban las sales aromáticas. No. No es exactamente eso. Es una especie de combinación entre eso y el modo en que bebían en El callejón de la ginebra de Hogarth. Bebo también para defenderme del coronel. Siempre bebiendo en contra de algo o por algo. Un cuerno. A veces bebes por beber. Hoy creo que vas a hacerlo de lo lindo."

Thomas Hudson siempre está tan volcado hacia su ombligo... Las desgracias por las que pasa solo acentúan su introversión. La burbuja de su oficio es lo único que le queda a este hombre al final de su vida. Eso, y una interrogación enorme en el amor y las relaciones humanas.