miércoles, 19 de enero de 2011

Como un folio en blanco

Un niño pequeño es como un folio en blanco, que después será un papiro, que más tarde se convertirá en una colcha. Una colcha hecha de retazos de vida, que a veces coses, que a veces dejan cicatrices donde menos lo esperas. Por retazos quizás hubiese sido mejor decir retales, pero es que todos tenemos retales en nuestra vida que al final son de Inditex y que, por tanto, con el tiempo, están llenos de bolitas. Y por bolitas quiero decir bolitas, y no mentiras pequeñas. Aunque también.

Pero volviendo al tema, por eso es bonito saber que existen pequeñas personitas que son como tú y que a la vez son como una hoja en blanco. Un lienzo claro, puro, cristalino. Como los árboles que se están mirando en él, pero a su diferencia ni han conocido el auto bronceado, ni la vida tampoco.

Algo vivo en construcción, que puedes moldear pero que también puedes destruir. Y ahí precisamente está el fin del mundo. En fomentar complejos, cánones, desprecios y en, sobre todo, no saber querer.

Pero es cierto afirmar que lo peor del mundo nace de la miseria de espíritu. Empezando por el ego. Porque el egocéntrico no es el que más posee, sino el que más necesita. Y sí, normalmente se escribe no sobre el pobre, sino sobre el rico que más necesita.

Y pienso en Vito Corleone y en su prole, con una rima, y no en la vida misma del resto de mortales...

martes, 18 de enero de 2011

La creatividad

Que nos pille trabajando. En pijama y con el pelo sucio. Puede que con mala cara, no tanto de los excesos sino del hastío general. Esa vía de escape que hace que hagamos algo al final de un día lleno de pasividad.

O puede que venga así como así, en mitad del éxtasis. Que surja una idea, que se encienda una chispa y que la musa (o el muso) despierten las ganas de aportar algo a este mundo que haga que, por unos instantes, luzca mejor.

Tal vez en medio de unas cañas sin humo en un bar inesperado. O un detalle mientras se espera para cruzar la acera en algún semáforo de alguna calle de alguna ciudad. Cuando piensas en dónde puedes parar para atarte ese maldito cordón sin que ofrezcas tus caderas a los viandantes. Incluso cuando, o sobre todo cuando, con la sonrisa tontorrona de camino a casa se te ocurren todas las mejores ideas del mundo que al día siguiente olvidarás.

En muchos casos está relacionada con alguna frustración, el conseguir con unas pinceladas o unos caracteres algo que la realidad, caprichosa, no te regala. La cuestión es que todos, de una forma u otra, necesitamos expresarnos. Y la creatividad no se manifiesta sólo en esas actividades consideradas artísticas. La inspiración viene así como así, como el amor.

No se busca, sino que se encuentra. Porque como busques cualquier cosa de esas dos, mal vamos. No harás más que pensar en quién me ha robado el mes de abril.

 El otro día vi New York Stories. El protagonista de la historia de Scorcesse le gritaba a la mujer que le tenía obsesionado que cómo podía dudar de si era artista o no. No es algo que se elija, es algo que se es. La necesidad de crear, entendiendo como soporte un lienzo, una lámina o el muro de Israel puede que encaje con esta reprimenda.  Pero que estas palabras no resten creatividad a todos y cada uno de nosotros. El artista se diferencia del resto en que ha adquirido la técnica necesaria para expresar lo que lleva dentro y en que desea hacerlo. Todos poseemos esa creatividad, sólo hay que encontrarla en los pequeños detalles, trabajar la expresividad. Pero no la fuerces a aparecer porque ya sabes, las musas son caprichosas.