lunes, 21 de febrero de 2011

La radio, la voz, tiene en muchas ocasiones más fuerza que la imagen

Es una textura que pulsa una sensibilidad que cala. Esta mañana, mientras trabajaba desde casa, la locución me acompañaba. Libia, Tripoli, ha ocupado la mayor parte de los minutos de información. Pianistas, médicos… muchas personas han hablado en los servicios de BBC World. Pero sólo recuerdo el nombre Sara, que me estaba contando su realidad desde la capital de un país en el que ya han muerto 233 personas desde este jueves, según Human Rights Watch. Su testimonio me ha hecho llorar. Los que me conocen saben que verme llorar tampoco es que sea complicado, pero la sensación que me recorrió el espinazo al escuchar sus gritos, su palabras, ya no es tan normal.

El lugar común de la piel de gallina se materializó en mis carnes. No sé cómo es Sara, sólo sé que quiere que la comunidad internacional haga algo y se entere de lo que está pasando con Gaddafi al frente.
Me creía inmunizada. Túnez, Egipto, Libia… han sido varias semanas de Magreb y mundo árabe. Leo, intento entender, paso página, olvido, vuelvo a escuchar. No me implico, paso por las noticias y muchas no parecen pasar por mí.

Sumemos saturación informativa, fragmentación y pasividad.

http://www.bbc.co.uk/news/world-middle-east-12523669



¿Por qué nos haces eso con las cartas Wong Kar Wai?

Si hay algo que nunca seré capaz hacer, y nunca es una burrada de tiempo, es mantenerme estoica ante una carta sellada tal y como hace el protagonista de Chungking Express. Estoico quizás no sea el adjetivo más apropiado para este enamorado del amor, pero quiero referirme en estas líneas a su templanza en cuanto a la apertura del correo se refiere. Primero con la carta de una y después, con la de la otra.

Mi sistema nervioso me impediría permanecer impasible ante un sobre cerrado. Y más si está escrito a manoY menos dejándolo en la lluvia para que todo se borre y luego sea un cristo descifrar esas letras garabateadas. ¡Si hasta abro con presteza las facturas de la luz! 

Es que si no, así después no se sabe nada. La incertidumbre, eso creo que es lo que nos separa. Él prefiere montarse su película a lo Wong Kar Wai. Yo prefiero saber lo que pasa y aquí paz y después gloria.

Porque si esas personas consiguieron dar el paso que yo nunca me decidí a dar, algo importante tendrán que decir. Y hablando de "paso" me refiero a una vez escrita la carta, mandarla. Trámite infranqueable en mis años mozos, del que dan fe numerosos documentos en cajas de zapatos.



Como no podía ser de otra manera, California dreamin' todo el rato sin parar

miércoles, 9 de febrero de 2011

El domingo de madrugada cometí un asesinato

Realmente fueron dos. En uno vi sangre. El otro, que fue el único que me atreví a contar hasta esta tarde, me ha estado rondando toda esta semana. No sólo el hecho de que mi yo dormido hubiese matado a alguien con toda la sangre fría posible. Vale, que primero hubo un intento de agresión por parte del que luego fue un cadáver. Pero es que era un ancianito. Conservé su bastón en mi casa, que obviamente no era como mi casa, y eso fue lo que provocó mi sudor frío. La policía sospechaba, mi corazón latía cada vez más fuerte. La policía se acercaba, empecé a sudar por la espalda, la nuca, la frente incluso. La policía lo sabía, me desperté.

Y es curioso esto de los sueños. Empieza la conversación.

Un oso igualito a este
De pequeña, soñaba siempre las mismas cosas. Nunca nada macabro. Nada de dientes que se caen ni cosas de esta. Era un sueño que nunca terminaba, o del que nunca recordaba su final. Un oso. Una catarata. Pero no una cataratita. Era una catarata tipo Iguazú. Aunque, sin embargo, el borde, la caída de agua, el precipicio, era igualito al borde donde el agua de la playa fluvial de Tapia va a dar al río. Así era el escenario. Y yo caminaba, sin pausa pero sin prisa. Más que caminar, huía, me escapaba pasito a pasito entre el musgo traicionero. A pocos metros de mí estaba ese oso, ese enorme oso que me perseguía. Y yo apretaba el paso, aunque sabía que él nunca llegaba a alcanzarme. Bueno, eso lo sabía después. Y ahora, con el tiempo, me pregunto si el oso lo único que quería era darme un abrazo.

Mi sueño preferido era cuando volaba. Xiana volaba de su casa al colegio, bendito Padrón. Yo volaba desde la Casa de Arriba, la de la mejor tía abuela del mundo mundial, hasta la casa de su hijo Antonio. Nunca nadie sabrá por qué ese era el único vuelo que Sofía Airlines trabajaba. Y tampoco nadie sabrá nunca por qué había un viñedo sobre mí que me impedía volar más alto.

Estoy segura de que sueño todos los días, pero nunca me acuerdo. Memoria de pez, carácter de piscis. Siempre me ha gustado más soñar despierta que dormida.